Son apenas dos minutos de secuencia, e incluso en un primer momento, es posible que no sepas muy bien qué demonios estás viendo. Sin embargo, detrás de esta joya de la publicidad, posiblemente unos de los comerciales más geniales e ingeniosos de la historia, había un dato que lo cambiaba todo: la máquina de Rube Goldberg se estaba haciendo con elementos muy particulares.
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