1890-1948 La colonización de Palestina

Introducción

Segunda parte del artículo "El Sionismo, esa ideología mágica". Enlace abajo de todo.

Como habíamos comentado anteriormente, hay dos elementos fundamentales para comprender la enorme injusticia perpetrada contra Palestina durante el siglo XX, y que aún hoy se sostiene. Uno es el sionismo, del que ya hemos hablado de forma bastante extendida, y el otro es la Declaración Balfour. Siendo sinceros, la Declaración Balfour es un hecho concreto, casi diríamos episódico, pero es el que dota de cierta legitimidad a los sionistas para llevar a cabo la implantación del Hogar Nacional Judío. Y cuando digo “dotar de cierta legitimidad” me vengo a referir a que no hay por dónde coger la legitimidad, pero de cara a la galería, se agarraron a esta Declaración como a un clavo ardiente. Como ya hemos analizado el sionismo en profundidad, ahora nos vamos a centrar en ese período que va desde finales del XIX hasta 1948, año de fundación del Estado de Israel. A partir de 1948, en fin, todo es ya de sobras conocido, y aunque no lo sea, sólo es necesario saber que la inercia de lo que se hizo la primera mitad del XX sigue, y la bola se va haciendo cada vez más grande. 

La Colonización de Palestina 

Decíamos que el segundo gran elemento para comprender todo este proceso de colonización es la Declaración Balfour, que es una declaración emitida por el Gobierno Británico en 1917. Pero sería tramposo considerar que Balfour fue el pistoletazo de salida de dicha colonización, cuando, a decir verdad, el proceso ya se había iniciado. Por ello, antes de entrar en la importancia que tuvieron las palabras de dicha declaración, creo que es menester echar un vistazo a lo que ya estaba sucediendo desde finales del siglo XIX, algo que ya apuntamos en la primera parte de este relato, cuando hablábamos del sionismo, que es la idea de Palestina como un país vacío. 

Esta idea adquiere una importancia mucho mayor cuando se atiende a su significado enmarcándolo en el contexto adecuado: finales del XIX, principios del XX, época de gloria del imperialismo. Para los sionistas, Palestina era descrita como un territorio con vastas regiones inexploradas en manos de señores feudales ausentes, infestadas de malaria y con tiendas de beduinos dispersas, a la par que núcleos heterogéneos de musulmanes, cristianos, griegos ortodoxos y alguna otra minoría. Incluso, eran conscientes de la existencia de familias campesinas judías que nunca habían, según su punto de vista, abandonado Palestina (simplemente, no se habían convertido al Islam), con dos aldeas tradicionales en Galilea. Resulta contradictorio que considerasen Palestina un territorio deshabitado y, a su vez, sostuvieran que vivía gente allí. Pero, ¿no es lo mismo que decían los americanos acerca de la conquista del oeste? ¿no es lo mismo que decían los argentinos cuando hablaban de la conquista del desierto? Por poner dos ejemplos de la segunda mitad del XIX. 

Cuando los sionistas decían que era una tierra deshabitada no estaban negando la existencia de los árabes, que, por otro lado, era tan evidente como imposible desmentir. Negaban la existencia de habitantes Europeos. Dicha idea, la de “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”, enmascara el supremacismo, y las intenciones originales de los sionistas para con la conquista de Palestina. Se autopercibían como los civilizadores que alejarían la barbarie árabe del medio oriente. 

Se trataba de un discurso idéntico al de cualquier potencia imperialista según el cual su superioridad les autorizaba, a los colonizadores, a ocupar esas tierras desconociendo a los nativos. Algo que se ha acertado en llamar “jingoísmo”, un concepto acuñado en… exacto, Gran Bretaña. Buena cuenta de ello daba un artículo publicado el 20 de julio de 1899 en el New York Times expresando claramente la intención colonizadora de los sionistas. En él explican el propósito de restablecer Judea como un Estado Independiente, sugiriendo la compra de tierras en Macabea, Palestina, donde establecerían una colonia judía. La frialdad con la que se trata la posible colonización es un fiel reflejo del carácter colonialista que los líderes sionistas otorgaban a su movimiento, en un momento en el que la colonización no estaba mal vista. 

Bajo esta premisa, comenzaron a llegar inmigrantes judíos a finales del siglo XIX, aproximadamente unos 50.000 (a un territorio habitado por unas 500.000 personas). Una clara muestra de éste sentimiento de superioridad nos la dan las declaraciones de uno de los padres del sionismo, concretamente, de Ahad Ha-ham (padre del sionismo cultural), quien, precisamente, auspició los conflictos actuales y protestaba por la actitud de los colonos con respecto a los árabes. Ahad Ha-ham advirtió, en la década de 1890, que no se debía en ninguna circunstancia provocar la ira de la población autóctona, pero, sin embargo, protestaba porque los judíos que llegaban a Palestina actuaban con despotismo contra los árabes:

“Y, sin embargo, ¿qué hacen nuestros hermanos de Palestina? ¡Exactamente lo contrario! De siervos que eran en las tierras de la diáspora súbitamente se encuentran con una libertad sin restricciones y esa transformación ha despertado en ellos una inclinación al despotismo. Tratan a los árabes con hostilidad y crueldad, les despojan de sus derechos, les ofenden sin motivo e incluso se jactan de estos actos, y nadie entre nosotros se opone a esa inclinación despreciable y peligrosa…” 

Así mismo, al respecto del boicot contra la mano de obra árabe declarado por los trabajadores judíos, expresó:

“Aparte del peligro político, no puedo soportar la idea de que nuestros hermanos sean capaces de comportarse de esa forma hacia seres humanos de otro origen, e involuntariamente me asalta la siguiente preocupación: si es así ahora, ¿cuál será nuestra relación con los demás si verdaderamente logramos al final de los tiempos el poder en Eretz Israel? Y si esto es el “Mesías”, no quiero presenciar su advenimiento”. 

A mi parecer, el origen real del conflicto se encuentra, precisamente, aquí. Los sionistas habían llegado para quedarse, y, aparentemente, no tenían ningún tipo de intención de compartir el territorio. Sin embargo, en esos momentos las posibilidades de éxito eran, aún, escasas. 

Hay que tener en cuenta que, durante 1300 años, es decir, desde el fin del dominio Bizantino hasta 1917, año del inicio del mandato británico, la región fue dominada por árabes o turcos musulmanes, conviviendo con otras minorías, incluyendo unos pocos judíos. Si bien es cierto que a veces se daban choques, parece que la convivencia entre dichas minorías y los musulmanes, por lo general, había sido relativamente pacífica. En el XIX, los Otomanos autorizan pequeños asentamientos para judíos inmigrantes que provienen de países de Europa, sobre todo oriental, dónde la discriminación aumentaba. De manera que, a la entrada del siglo XX, encontramos una población judía de alrededor del 10%. Son esos 50.000 judíos que comentábamos anteriormente. Todo el resto, cerca de 450.000 habitantes, son árabes palestinos, 90% de ellos musulmanes, y una décima parte aproximadamente cristiana. 

La declaración Balfour

Pero en 1917 la Primera Guerra Mundial empieza a ir regular tirando a muy mal para los Otomanos. Los británicos empiezan a colaborar con dirigentes árabes a quienes prometen la independencia a cambio de luchar contra los turcos. En 1915 se había alcanzado un acuerdo entre el Jerife(1) de La Meca, llamado Husayn Ibn Alí, en representación, lógicamente, de los árabes y Sir Henry McMahon (2), alto comisionado británico en Egipto. Los árabes exigían el reconocimiento de la independencia de todos los territorios árabes bajo dominio otomano, incluyendo Palestina que, McMahon, intentó excluir mediante la clásica técnica de las formulaciones ambiguas. Pero el Jerife se olió la tostada y rechazó dichas formulaciones. La controversia de este acuerdo continuó hasta 1939, cuando el gobierno británico, después de haber hecho un daño irreversible al territorio, admitió que en 1917 no tenía libertad para disponer de Palestina a su gusto. De hecho, en 1916, habían firmado un acuerdo secreto con Francia, conocido como Sykes-Picot, por el que repartían las zonas de influencia y que excluía la independencia de Palestina para convertirla en una “administración internacional”. 

En cualquier caso, los sionistas buscaron el amparo del Gobierno Británico destacando las ya comentadas ventajas estratégicas de obtener un nuevo aliado en la región. Los británicos reaccionaron favorablemente. Quizá el descarado antisionismo británico pretendía matar dos pájaros de un tiro: quitarse de encima a los judíos del Reino Unido y, a la vez, obtener un aliado que le proporcionara un apoyo ventajoso en el territorio. Arthur Balfour, quien había sido Primer Ministro Británico de 1902 a 1905, era un supremacista reconocido. En un debate en la Casa de los Comunes en 1906 acerca de los nativos negros de Sur África, en el que la mayoría de los parlamentarios estaban de acuerdo en que privar a los negros de sus derechos era algo inhumano, Lord Balfour dijo: 

“Debemos enfrentar los hechos: los hombres no nacen iguales, las razas blanca y negra no nacen con las mismas capacidades: nacen con diferentes capacidades que la educación y la voluntad no pueden cambiar.”

El racismo de Balfour no se limitaba a los negros africanos. Era antisemita. Precisamente, a finales del XIX, las diferentes sacudidas de pogromos contra los judíos en Europa del este provocaron oleadas de migración judía a Reino Unido y a Estados Unidos. Esto incrementó las reacciones antiinmigración de la ciudadanía británica entre quienes Balfour despertó gran simpatía. Y es que en 1905, siendo aún Primer Ministro, Balfour aprobó la Ley de Extranjería, que impuso restricciones a la inmigración por primera vez y hacía especial foco en los judíos. 

Parece chocante pensar que alguien tan profundamente antisemita pueda apoyar el sionismo. Pero recordemos que el sionismo es una ideología profundamente racial y colonialista, y que, en gran medida, espera llevar a todos los judíos desperdigados por el mundo a Palestina. En cualquier caso, Lord Balfour (3), Secretario de Relaciones Exteriores en 1917, dirigió una carta a la Organización Sionista Mundial el 2 de noviembre de 1917 que pasó a la posteridad como “Declaración Balfour”, y en sus 67 palabras (en la versión inglesa), afirmaba lo siguiente:

“El gobierno de Su Majestad ve con beneplácito el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y hará cuanto esté en su poder para facilitar el logro de ese objetivo, quedando claramente entendido que no se tomará ninguna medida que pueda perjudicar los derechos civiles o religiosos de las comunidades no judías de Palestinas, o los derechos o la condición política de que gocen los judíos en cualquier otro país.”

Muchas comunidades judías se opusieron. Por un lado, percibían un conflicto de lealtad con los países en los que vivían, o incluso consideraron esto como una invitación a la expulsión de judíos cuya ciudadanía era la británica a otro territorio. Es el caso de Sir Edward Montagu, único judío miembro del gabinete británico, que protestó y denunció enérgicamente estas declaraciones en las que, sin duda, veía un atisbo claro de antisemitismo. 

Como era de esperar, esto no sentó muy bien en el mundo árabe. Para aplacar las protestas árabes, una declaración anglo-francesa emitida el 7 de noviembre de 1918 reiteró las promesas de total independencia para estos. Aseguraba el establecimiento de gobiernos y administraciones nacionales derivando de la autoridad y libre elección de las poblaciones autóctonas. No obstante, la historia ha demostrado que realmente se daba, y se da, poca importancia a los deseos de la población autóctona: su tierra había sido prometida a otro pueblo por un gobierno extranjero sin soberanía alguna sobre el territorio. Para muchos autores, la Declaración Balfour era una declaración de intenciones sin efecto jurídico. Para mí, también, pues ¿qué autoridad tenía Gran Bretaña sobre Palestina? La única autoridad emanaba de las fuerzas de ocupación que desplegó en el territorio como parte de sus campañas contra el territorio del Imperio Otomano, y, por ende, es una autoridad propia de una potencia colonial.

El Mandato Británico

El Mandato consistía en una transacción entre el sistema colonial previo y el principio de la libre determinación de los pueblos defendido, fundamentalmente por Woodrow Wilson (4). El objetivo declarado de estos mandatos era llevar a los pueblos que anteriormente se encontraban bajo el yugo de alguno de los imperios derrotados a la independencia. Ni qué decir tiene que las amables potencias que tutelaban dicho proceso no eran otras que las vencedoras en la contienda (Francia y Gran Bretaña fundamentalmente). Los mandatos se dividieron en tres clases que venían a definir el grado de desarrollo político del pueblo en cuestión. Dicho grado era determinado, también, por las potencias victoriosas. 

Los árabes, incluyendo Palestina, estaban en la clase “A”, la más adelantada, lo que significa poderlas reconocer provisionalmente mientras recibían la ayuda y consejos para su administración en su progresión a la independencia. Es importante este detalle porque muchas veces Israel esgrime la idea, que ya hemos comentado anteriormente, de que aquello era un páramo de gente no evolucionada que ellos convirtieron en un vergel rico y que ahora pues tienen envidia. En la región, Líbano y Siria fueron confiados a Francia, y obtuvieron sus independencias en 1943 y 44, antes de finalizar la Segunda Guerra Mundial, por su parte Reino Unido recibía Palestina y Transjordania, otorgando la independencia a Jordania en 1946 y a Palestina en… en… nunca. Otro dato adicional sobre los mandatos es que estaba establecido por la Sociedad de las Naciones que la elección del mandatario debía tener en cuenta los deseos de las propias comunidades. Pero hubo un mandato en el que esa norma no se aplicó. ¿Adivináis? Exacto. Palestina. 

En la Conferencia de la Paz de París de 1919, Fila de Madera Wilson había insistido en nombrar una comisión que averiguase los deseos de las poblaciones autóctonas. La comisión recomendó mandatos norteamericanos sobre Siria, incluyendo Palestina. También recomendó modificar el extremo programa sionista para Palestina de ilimitada inmigración judía, declarando que el objetivo que perseguía el mismo era convertir Palestina en un estado claramente judío, lo que sería una grave injusticia. Adicionalmente, sobre el alegato sionista del derecho a Palestina por su ocupación 2.000 años antes, observaron que no podía considerarse de forma seriosa. El Secretario de Relaciones Exteriores británico advirtió que “hogar nacional” significaba “estado judío”, dónde los árabes serían ciudadanos de segunda clase. 

Los planes siguieron adelante. En abril de 1920, en San Remo, Francia, se convino que a cambio de la libertad de acción francesa en Siria y Líbano, Palestina quedaría definitivamente bajo la tutela de Gran Bretaña, suprimiendo el régimen internacional. Se incluyó al mandato una versión más explícita de la Declaración Balfour, reconociendo a la Organización Sionista Mundial como el organismo judío que colaboraría en el establecimiento de un Hogar Nacional Judío adquiriendo tierras y planificando asentamientos así como organizando la inmigración. Los árabes ni eran mencionados en el documento, salvo como “comunidades no judías de Palestina”. Recordemos que eran la mayoría aplastante de la población. El 24 de junio de 1922 se firmó y en septiembre de ese año entró en vigor. El 16 de septiembre la Sociedad de Naciones aprobó la administración separada de Transjordania, por lo que el Mandato sólo aplicaba a Palestina, aunque los planes originales para el Hogar Nacional incluían los territorios vecinos. 

La política británica en Palestina llevó a las promesas contradictorias a Palestinos y Judíos lo que provocaría graves conflictos en Palestina entre la población autóctona y los migrantes judíos. Pero antes de hablar de esos conflictos, pongamoslos más en contexto con algunas cifras, para que nos hagamos una idea de cuál era la presión migratoria sobre el territorio. Como ya hemos señalado, la Organización Sionista había iniciado sus andanzas en la región mucho antes del mandato. Pero la Declaración Balfour dio alas a la migración: en 1918 la población judía era de 56.000 personas, en 1922 alcanzó 88.000 en un territorio de 750.000 habitantes. Para 1939 ya eran 445.000 para 1.5 millones. Pasaron de un 10% de judíos en 1919 al 30% en 1939. Las tierras dominadas por judíos pasaron del 2,5% en 1920 al 5,7% en 1939. 

Es lógico pensar que los palestinos, habida cuenta de todas las declaraciones británicas y sionistas, y del volumen de inmigrantes que recibían, sintieran que estaban siendo invadidos. Y es aún más lógico pensar que esta situación, en la que su voz como población autóctona era absolutamente ignorada, generaba un sentimiento de impotencia que rápidamente podría convertirse en rencor y rabia. Y dado que no existía organización política palestina que canalizara este descontento, sucedió que estallaron revueltas que rápidamente se tornaron violentas. Tales como las revueltas antisionistas de 1920 y 21, o las de 1929, incluso una rebelión grave que fue reprimida militarmente por los británicos entre 1936 y 1939.

Lord Peel encabezó una Comisión Real en 1937 con el fin de informar sobre los disturbios. Expuso que las causas eran una combinación del deseo de independencia y del odio y temor que inspiraba el establecimiento del hogar nacional judío en sus tierras. Adicionalmente, consideraron que la conversión obligatoria de Palestina en un Estado Judío en contra de la voluntad de los árabes violaba el espíritu del Sistema de Mandatos al negar la libre determinación nacional. Esta misma comisión determinó que el conflicto no era provenía de viejas antipatías interraciales, sino que los percances que se habían dado en el pasado eran pocos, considerando que siempre habían vivido judíos en la región. El conflicto, derivaba, por tanto, de la oposición a la Declaración Balfour y a los objetivos del sionismo por parte de los árabes. Los judíos habían formado un Estado dentro de un Estado en Palestina. El Gobierno Británico había hecho dos promesas paralelas y no podía acceder a ambas a la vez, y se recomendó partir el territorio.

Obviamente, ninguna de las partes aceptó esta fórmula. Los judíos alegaban que violaba la Declaración Balfour y el Mandato. Los palestinos alegaban que dividía su tierra, lo cuál era flagrantemente cierto. Las posteriores negociaciones en Londres fracasaron. En mayo de 1939, el Gobierno Británico anunció que en 1949 Palestina sería un único estado para ambos pueblos. Los sionistas dijeron que no, y se reunieron, en 1942, en Nueva York, para aprobar el “Programa Biltmore”, que incluía la exigencia del establecimiento de un Estado Judío en Palestina. Un comité anglonorteamericano presentó otra serie de recomendaciones en 1946 que los británicos consideraron impracticables. En febrero de 1947, tras 30 años de excelentísima gestión, Gran Bretaña, creadora del problema, decidió pasarle la patata caliente a las Naciones Unidas, que tenían dos años de existencia. 

Para ese momento, la población judía ya alcanzaba los 608.000 habitantes sobre un territorio de 1.850.000. Gran parte de esta inmigración había llegado huyendo del nazismo, que como ya adelantamos en su momento, fue un catalizador. Pero para entonces, ya llevaban casi cinco décadas de desarrollo del plan sionista. Los árabes palestinos simpatizaban con la angustiosa situación de los judíos europeos, pero su inmigración masiva creaba sufrimientos a una población que no era responsable directa de las salvajadas que habían sucedido en Europa y, obviamente, se negaban a cargar con esa responsabilidad. No comprendían por qué debían sufrir ellos por el sufrimiento que otros habían infligido a los judíos. Ni lo comprendían ellos ni cualquier persona humana con dos dedos de frente. Los árabes palestinos argüían que los judíos debían ser acogidos por otros pueblos también, no solo ellos. Pero la única explicación posible al sufrimiento palestino se encontraba en otro lugar, y no en su responsabilidad con el holocausto. Estaba en los intereses imperialistas en la región. 

Recordemos que Balfour era profundamente antisemita y que, probablemente, uno de los motivos por los que apoyó el sionismo era, precisamente, quitarse a los judíos de encima. No fue el único al que se le ocurrió la idea, no fue la única vez que el sionismo se aprovechó de algo similar. El acuerdo de Haavara fue un pacto secreto entre sionistas y nazis con el fin de vaciar de judíos Alemania enviándolos a Palestina. Para ello, era necesario hostigar a los judíos alemanes, ciudadanos de pleno derecho, con el fin de que el apartheid les impulsase a migrar a Israel. Hay que entender que el 95% de los judíos alemanes se sentían alemanes. Los sionistas, por tanto, colaboraban con los nacionalsocialistas. Prueba de estas relaciones se encuentra en que la Alemania nazi fue el estado que más inviritó en Palestina, una Palestina en manos británicas. El sionismo no solo no tuvo cargo de culpabilidad sobre la colaboración que tanto daño trajo a los judíos europeos, sino que aprovechó la victimización y el brutal impacto en la opinión pública internacional que supuso la Shoah u Holocausto. El propio supremacismo Europeo que esperaba expulsar a los judíos de Europa, también haría la vista gorda a la violencia ejercida por estos a una población nativa palestina a la que veían aún más inferior. 

La fundación de Israel

Para 1947, la violencia era generalizada. Los árabes habían reaccionado con brotes de violencia a las política del Mandato, pero es que desde 1920 comenzaron a aparecer grupos terroristas judíos. En 1940, la organización paramilitar judía, Haganá, que llevaba operando desde los años 20 en un proceso de colonización paraestatal, intentó sabotear la devolución de un barco lleno de inmigrantes judíos, provocó su hundimiento matando a 267 personas e hiriendo a 172 (todos judíos, se ve que lo del fuego amigo es tradición suya). En 1944 el atentado al hotel King David de Jerusalén, mató alrededor de 90 funcionarios árabes, judíos y británicos. 

En este agradable contexto, la ONU creó, en mayo de 1947, una Comisión Especial de las Naciones Unidas para Palestina, y la autorizó a vincular los problemas de los judíos Europeos con la cuestión Palestina, a pesar de las protestas de palestinos y otros represejntantes árabes. Dicha comisión señaló que al instituirse los Mandatos, el principio de autodeterminación que correspondía no fue aplicado a Palestina con la clara intención de posibilitar la fundación del Hogar Nacional Judío, alegando que tanto este como el Mandato se oponen, realmente, a la aplicación del principio de autodeterminación. Recomendó, dicha comisión, conceder sin demora la independencia a Palestina. Una minoría de sus miembros planteaba la posibilidad de un Estado Federal unificado con considerable autonomía para ambas comunidades, pero la mayoría propuso la partición en dos estados y Jerusalén como ciudad internacional.

Como es lógico, se puso en duda la competencia jurídica de las Naciones Unidas para partir el país porque, a decir verdad, ¿de dónde sale la legitimidad de la ONU? ¿No es, acaso, un organismo creado por las potencias vencedoras como otrora fuera la Sociedad de Naciones? En cualquier caso, la ONU es, quizá, el actor de esta historia que albergaba (y alberga) las mejores intenciones a pesar de su evidente incapacidad para lograrlas. Pero se consiguió que la Asamblea General aprobase, con enmiendas menores, la partición en la resolución 181 (II) de 20 de noviembre de 1947. El mandato debía terminar y ambos estados debían obtener la independencia el 15 de mayo de 1948.

El tamaño del Estado Judío era más pequeño de lo que la Organización Sionista había esperado, pero podían tachar una cosa de su lista de deseos: habían logrado un Estado Judío en Palestina, y ese es el único motivo por el que aceptaron el plan de partición. Esta resolución ya no era un brindis al sol, como la Declaración Balfour, que buen servicio les hizo. Sin embargo, la ONU proporcionaba una legitimidad internacional que no habían tenido hasta ese momento, por lo que, aparentemente, se conformaron. 

Ni qué decir tiene que la violencia no había disminuido un ápice. Y tras la resolución se intensificó, y aún aumentó más cuando las fuerzas británicas se prepararon para retirarse. Adelantaron la fecha de su retirada al 15 de mayo de 1948. Las fuerzas sionistas aprovecharon ese momento para pasar a la ofensiva poniendo en práctica el “Plan Dalet”, cuyo fin era ocupar tierras asignadas al Estado Árabe tan pronto como la autoridad británica se debilitara. Las fuerzas irregulares palestinas intensificaron también sus operaciones, la violencia se extendió y las víctimas principales fueron los civiles palestinos. Es en este contexto en el que se da el infame ataque sionista a la aldea de Deir Yassin, cerca de Jerusalén. Habían tratado, los habitantes locales, de mantenerse apartados de la lucha, pero de nada les valió: 255 muertos, incluyendo niños. La represalia fue un ataque a un convoy judío con 77 muertos. El terror perpetrado por los sionistas en Deir Yassin fue tal que provocó la huída de los árabes de otras ciudades y aldeas. 

El 14 de mayo, el día antes de la retirada de las fuerzas británicas, en mitad de la lucha, Israel proclama su independencia en base del programa sionista, la Declaración Balfour, el Mandato y la Resolución de Partición. Mientras las tropas británicas se retiraban ceremoniosamente (5), las tropas de los países árabes limítrofes entraban en las zonas adjudicadas al estado árabe palestino, dándose inicio así a la Primera Guerra Árabe Israelí. Cuando el Consejo de Seguridad logró imponer el cese al fuego, los israelíes se habían impuesto y controlaban gran parte del territorio asignado al Estado Árabe, y la mitad occidental de Jerusalén (6). El armisticio de 1949 dejaba a Israel con el 67% del territorio de Palestina. Egipto y Jordania administraban el resto. Gaza fue administrada por Egipto, y la Ribera Occidental por Jordania. De los dos estados contemplados por la resolución de la ONU, solo uno fue establecido. El Estado Árabe de Palestina no llegó a nacer. Lo demás, como se suele decir, es de sobras conocido.

Conclusiones

Las guerras árabe-israelíes han sido constantes y, hasta ahora, a Israel le ha ido bastante bien, siempre con el apoyo de una UE y USA detrás, potencias que se venden como no imperialistas pero que, en el fondo, han mantenido la misma política supremacista en el mundo aunque bajo mano. Por mucho que quieran enmascararlo, vendernos que son las víctimas, o tirar de mitos como el holocausto para tratar de justificar la existencia de su estado, la verdad es que los planes del sionismo son muy anteriores a todo esto, y que la línea venía marcada desde entonces. Como el historiador israelí, Ilian Pappé, señaló: Israel es un ejemplo más de lo que se conoce como colonización de poblamiento, y que consiste, básicamente, en desplazar a la población autóctona, romperla, diezmarla y marginarla en aras de ocupar sus tierras con población importada. 

Una de las lecciones más grandes que nos enseña este conflicto, aunque la podemos extraer de casi todos los conflictos, es la importancia del relato. El relato como vehículo justificador, capaz de construir naciones, crear causas, o modificar la realidad. No importa la verdad cuando se tiene un buen relato que justifique los desmanes cometidos. El relato no es fijo, se mueve, se modifica, evoluciona. Si antes el imperialismo estaba bien visto, cuando dejó de estarlo se camufló con un relato que legitima ciertas prácticas imperialistas: cuentos sobre armas de destrucción masiva, supuestas y generosas luchas por la democracia y la libertad, etc. Pero al final, cuando se rasca un poco la superficie, las viejas prácticas del imperialismo aparecen bajo esa nueva capa de pintura y barniz. Algún día dedicaré tiempo al tema del relato y como la religión o el nacionalismo han sido utilizados para, precisamente, construirlo. Así como la ciencia ha utilizado el conocimiento para desmontar las tesis de la religión, la historia, como disciplina, o los historiadores más bien, pueden hacer lo propio con los mitos construidos para justificar el status quo, la opresión, el expolio, etc. 

Hoy, los hechos consumados nos colocan en una situación de lo más compleja. Hace más de setenta años que el Estado de Israel existe, y hace más de ciento veinte años que migrantes judíos han ido llegando a la región en aras de construir su estado a expensas de los árabes palestinos. La lógica nos dice que lo justo sería devolver Palestina a los Palestinos, pero ¿cómo hacer esto sin cometer un genocidio igual al que Israel está cometiendo con Palestina? Es imposible, pues hoy viven cerca de siete millones de judíos en la región. 

¿Y cuál es la solución? Yo no tengo respuesta a esa pregunta, pero sí opinión. En palabras de Shlomo Sand, que lo expone muy bien: Israel puede reclamar el derecho a existir aceptando que un doloroso proceso histórico condujo a su creación y que cualquier intento de desafiar este hecho producirá nuevas tragedias. Podemos aceptar la existencia de Israel, pero partiendo de la dolorosa injusticia que cometió con Palestina. Pero, a su vez, debemos reconocer el Estado Palestino, y asegurarnos de que, como mínimo, se respetan las fronteras de 1967, para garantizar al pueblo palestino su desarrollo en paz. Y esta solución es absolutamente injusta para los palestinos, sin embargo, dudo mucho que sean estos los que, hoy por hoy, pongan más pegas a su aplicación. 

(1) Según tengo entendido, es un descendiente directo de Mahoma por la línea de su hija Fátima.

(2) Los británicos siempre envían un “Sir”, supongo que para dotarlos de cierta aura de respetabilidad. Pero no os engañéis, yo siempre pienso que el que sean “Sires” no los hace menos cabrones.

(3) Yo aplico la misma lógica para los Lores que para los Sires.

(4) Si traducís Wood Row (separado) en Google os dará “Fila de Madera”. Ser bautizado con ese nombre es motivo de sobras para que le retiren a tus padres la patria potestad.

(5) Se les da tan bien lo de la ceremoniosidad como lo de generar conflictos.

(6) Mucho tiempo debieron estar preparando esto para que les saliera tan bien… Me pregunto si tendrían apoyo de alguien, la verdad, no he buscado información sobre eso.

Fuentes y agradecimientos. 

Entre los comentarios del anterior artículo, que estaba intrínsecamente relacionado con esto, hubo algunos usuarios que me aportaron nuevas fuentes con las que ampliar el tema si lo consideraba oportuno. Todas ellas han sido de utilidad para la elaboración de este segundo artículo, aunque la presencia de algunas sea más evidente que la de otras. Por ello, quería agradecer a esos usuarios su aportación (cito sus nicks abajo). Y a todos los demás por leer y comentar en el primer artículo, espero que la sensación de este segundo sea parecida. 

Entre las fuentes consultadas, están las siguientes (muchas repetidas del anterior artículo):

www.elotropais.com/index.php/sin-fronteras-mascosas-41/357-la-invencin

unispal.un.org/pdfs/80-34375s.pdf 

www.lamarea.com/2023/11/05/rashid-khalidi-israel-cree-que-puede-ejerce 

geopolitikaz.eus/17-claves-y-una-solucion-sobre-un-antes-y-un-despues-

www.lahaine.org/mundo.php/acuerdo-haavara-los-origenes-del

observatoriocrisis.com/2023/11/01/condena-usted-a-israel/

www.bbc.com/mundo/articles/cz5e55e22geo

www.middleeasteye.net/news/iraq-jews-attacks-zionist-role-confirmed-op

www.jewishvirtuallibrary.org/original-party-platform-of-the-likud-part

www.aacademica.org/000-093/137.pdf

theconversation.com/el-fundamentalismo-sionista-acecha-a-oriente-proxi

Gracias a Noeschachi por estos enlaces:

www.jstor.org/stable/1877301 

forward.com/opinion/386480/its-time-to-admit-that-arthur-balfour-was-a

Gracias a JanSmite por estos enlaces: 

www.meneame.net/m/Artículos/palestina-advertencias-premonitorias-ahad

www.un.org/unispal/es/history/origins-and-evolution-of-the-palestine-p

Gracias a Kataroom por estos enlaces: 

www.palestineremembered.com/

www.palestineremembered.com/ZionistFAQ.html

www.palestineremembered.com/Articles/General/Story26389.html

www.palestineremembered.com/Acre/United-Nations,-The-Palestine-Problem

www.palestineremembered.com/FactsAboutHaavara.html#ZionistsPromotedAnt

www.palestineremembered.com/images/Ben-Gurion-PalestiniansAreTheOrigin

www.palestineremembered.com/Articles/General/Story2707.html

La primera parte del artículo: www.meneame.net/story/sionismo-esa-ideologia-magica