Antes de leer esto, sabed que la historia que cuento es completamente cierta, los nombres, lugares y marcas están cambiados y, por supuesto los pensamientos de "Honorio" sólamente le pertenecen a él, también lamento decir que no conozco Calatañazor, por lo que no sé si todo allí son casas. El resto ocurrió tal y como lo cuento.
El invierno en los pueblos de montaña es duro, y Calatañazor no es una excepción. Es duro levantarse a las 6 de la mañana y mucho más cuando en el exterior hace -5ºC. Suerte que allí son casi todo casas y el coche suele "dormir" dentro. No tener que pisar la calle a temperaturas bajo cero suele tener como resultado que te sientas afortunado. En contraste, "Maldita mi suerte, mierda de puerta", fue lo que pensó Honorio, cuando comprobó que el viento nocturno había abierto el portón del garaje, en parte porque no lo había cerrado correctamente. Lo primero que Honorio hacía al levantarse era rellenar de pellets su caldera y programarla para que la casa estuviese caliente cuando volviese, vivía solo y, aunque tenía fama de tonto él tenía un concepto mucho mejor de sí mismo.
La antigua cuadra reconvertida en garaje que también actuaba como taller y almacén estaba situada en el piso de abajo como aún es costumbre en las casas antiguas de pueblo, y ahora allí hacía un frío de mil demonios. Los sacos de pellet se apilaban al lado del viejo renault 5 que había comprado al sobrino del alcalde por 600 míseros euros hace 6 o 7 años. "Seguro que esta tartana de mala muerte no arranca" pensó en el transcuro de cargar dos sacos de biocombustible en la estufa. Así que, ni corto ni perezoso, cogió las llaves parando un momento a calentarse las manos poniéndolas en la pared, allá donde el vecino tenía su estufa.
Se metió en su coche, en el parabrisas del asiento del conductor ponía "el mozo", nombre que hacía bromas sobre los muchos años de intento de conquista a una única mujer que siempre le había rechazado. Al girar la llave en el contacto, sus más fatídicos designios se hicieron realidad. A cinco grados bajo cero, un coche con más de 25 años no iba a arrancar. Se paró a pensar unos momentos y recordó un documental de la estepa soviética que había visto hace unos días.
Los rusos ponían una hoguera bajo el motor para calentarlo y "el mozo" haría lo mismo. Aprovechó un bache que tenía en el centro del garaje para meter medio saco de biocombustible y lo regó con algo de gasolina que sacó en una botellita del depósito de 1000 litros que antes tenía para la caldera y que aún guardaba para no tener que ir al pueblo de al lado de forma tan frecuente. Lanzó una cerilla al agujero y éste echó a arder suavemente. Empujó el coche sobre la pequeña hoguera y se fue a hacerse un café para entonar el cuerpo.
Honorio no se tomaba a sí mismo por tonto, pero había encendido una hoguera en el interior de su casa, debajo de su coche y la había dejado sin supervisión, así que cuando volvió de tomar el café, el resultado era el de esperar. El capó de su coche estaba en llamas. A la carrera Honorio volvió a abrir la puerta del garaje, se metió en el habitáculo del vehículo, que aún se mantenía a una temperatura soportable, quitó el freno de mano y giró el volante (suerte de dirección sin ayudas). Se colocó tras el vehículo y lo empujó fuera del garaje.
Cuando se giró, vio que la pila de pellets había empezado a arder, así que se fue a por un cubo revolviendo entre los cacharros e intentó sacar agua de la manguera, que por supuesto estaba congelada, subió arriba y llenó el cubo, salpicando todo a su paso lo tiró sobre el palet de biocombustible, pero a estas alturas ya era inútil, así que subió a por el teléfono, cogió al perro y se salió a la calle a llamar a los bomberos.
En lo que Honorio "el mozo" no había reparado hasta entonces es que su casa estaba en lo alto de una cuesta, y su coche se había enfilado cogiendo cada vez más velocidad hacia la casa del vecino, 40 o 50 metros más abajo. Con el impacto de su coche, se rompió la puerta del garaje del vecino, el coche de nuestro héroe chocó contra el del vecino y le prendió fuego, junto con la casa del vecino de enfrente (afortunadamente vacía ese día).
No tuvo tanta suerte el vecino de al lado, pues ellos sí que estaban en casa y tuvieron que salir a la carrera cuando el infierno en que se había convertido la casa de Honorio prendió fuego a su hogar dejándolos a todos a merced de las compañías de seguros. Al final Honorio recibió dos valiosas lecciones. La primera es que no era tan inteligente como él mismo pensaba, la segunda es cómo no se debe arrancar un coche.