Reconozco que nunca he sido un amante de las inmobiliarias. Recuerdo cuando era pequeño mis padres intentaron vender un piso de particular a particular, por eso cuando mi madre descolgaba el teléfono “¿es usted particular?” es la primera pregunta que el candidato a comprador podía oír, y algunos empleados de las inmobiliarias, haciéndose pasar por particulares intentaban negociar con mi madre antes de acabar llamándole puta y colgándole el teléfono cuando mi madre se enteraba de las verdaderas intenciones de este presunto particular o cuando un comercial esperaba horas y horas sentado en el rellano de la escalera esperando a que alguien entrar o saliera de la vivienda para acosarnos con el único fin de especular con el precio de algo tan básico como es la vivienda y encarecer el precio por unos servicios que mis padres no necesitaban.
Podréis comprender que mi percepción sobre las inmobiliarias desde entonces no sea demasiado buena. Hoy, 20 años más tarde, y habiendo pasado una crisis creo que la situación no ha mejorado en absoluto, todo lo contrario, ha empeorado cogiendo lo malo de antes y añadiendo las artimañas más sucias que aprendieron en la lucha por la supervivencia que sufrieron durante la crisis. Así que como tantas otras personas en España meto la cola entre las piernas y me hago cruces cada vez que las oigo mencionar.
Pero la vida sigue, y yo después de casi 10 años encadenando contratos de alquiler, he tomado la decisión con todo el esfuerzo del mundo de dar un paso tan importante en la vida como es comprarme una casa. Posiblemente la compra más importante que haga en mi vida. Me enorgullece profundamente poder decir que sin la ayuda de nadie: ni siquiera de mis padres (a los que seguro les agradeceré me regalen la lavadora, o la nevera cuando llegue ese momento); bueno miento; si, con la ayuda del banco que me ayudará a poder pagar con lo que voy ganando con el sudor de mi trabajo.
Seguro que habréis leído últimamente algún artículo sobre la fiebre del alquiler (y también de la venta) de viviendas en Madrid, pues bien, todo lo que habéis leído es cierto. Hay una fiebre. Doy fe. Las viviendas en venta no duran más de 7 días de media anunciadas. Durante los últimos dos meses, me ha ocurrido tres veces que me cancelen la visita al piso por venderse en el mismo día de empezar a enseñarse, la última vez que me ocurrió: recibí la llamada del propietario a las 9:17am para cancelar la cita cuando se empezaba a enseñar a las 9:00am. Bajo este clima de tensión constante, me ha sido imposible mantenerme firme en mis principios y me he visto en la obligación, totalmente forzada, de visitar algún piso a través de alguna inmobiliaria.
Podría escribir un artículo por cada inmobiliaria con la que he tratado: como la que me pidió que para hacer simplemente una oferta al propietario extendiera un cheque al portador de 30.000€ o como en la que me pidieron pagar 40.000€ en B para conseguir una rebaja del precio total de 15.000€, a cambio de que el comercial de turno se llevara su pellizco por presionar al vendedor al cual tiene cogido por los huevos con un contrato de exclusividad… Cosas muy locas. Pero no solo ha ido cayendo mi percepción sobre las inmobiliarias, también sobre la fe en el ser humano y en el verdadero funcionamiento de este sistema que convierte a los ciudadanos honrados que quieren habitar las ciudades en ciudadanos de segunda; sin que las administraciones públicas nos protejan frente a injusticias como todas las que los especuladores, el alquiler turístico y el dinero negro, por poner un ejemplo, llevan consigo.
En fin, que me voy de tema... Un buen día aparece un piso que se adapta a mis necesidades, a mi presupuesto y a un precio ligeramente por debajo de precio de mercado a través de Alfa Inmobiliaria. Una cosa “positiva” me pareció que los honorarios de la inmobiliaria estuvieran incluidos en el precio. El lado más negativo de la historia: el propietario; un anciano con principios de síndrome de diógenes muy hablador y con aparente poca predisposición para el comunicación y la negociación.
Visité la vivienda en 2 ocasiones, firmando en la primera visita la conocida “hoja de visitas” (que para quien no sepa qué es, es una hoja en la que te comprometes a que no vas a puentear a la inmobiliaria) y finalmente me decidí a hacer una oferta por la vivienda: 250.000€ (cantidad simulada para este artículo).
Pasados unos días recibo una llamada de la agente inmobiliario diciendo que finalmente el propietario no ha aceptado esa cantidad porque quiere los 250.000€ íntegros para él y no quiere pagar los honorarios de la inmobiliaria que serían unos 15.000€ y puesto que yo 265.000€ no puedo pagar, le doy algo más de tiempo para continúe negociando con él.
Pasadas unas horas, la agente inmobiliario vuelve a ponerse en contacto conmigo para decirme que ha discutido con el propietario porque en resumen: está loco y es imposible negociar con él, no le soporta, y no valora su trabajo y eso no lo puede tolerar. Que ha tomado la decisión de romper el contrato de venta y que ese mismo día iría a quitar el cartel de “Se Vende” de los balcones, que lo siente en el alma por mi y que como soy una persona encantadora y le he caído bien en cuanto rompieran formalmente el contrato me daría el teléfono del propietario, naciendo la idea de ella misma, para que si yo consigo negociar se lo compre por libre y así no dejar perder la vivienda ya que la inmobiliaria no quiere volver a saber nada de este señor.
Dicho y hecho. Durante estas semanas, he estado negociando directamente con el propietario hasta el punto de haber llegado a un acuerdo en cuanto a condiciones económicas, y prácticamente al borde de firmar el contrato de arras.
Pero ayer recibí una llamada de la famosa agente inmobiliario, casi un mes después sin saber de ella, una llamada que me hizo saltar las alarmas. Simplemente llamó para preguntar qué tal, y preguntar si habíamos comprado la vivienda. Una llamada por la que gracias a ella he descubierto cuál era su verdadero plan para cobrar los honorarios: que los pague yo, cuando realmente estaban incluidos en el precio.
Para entender este intento de estafa legal hay que entender primero cuál es el trabajo de una inmobiliaria: una inmobiliaria no se encarga de vender tu vivienda como mucha gente podría pensar; el trabajo real de una inmobiliaria es buscar un comprador a una vivienda. Símplemente.
De esta forma podríamos decir que esta inmobiliaria hizo su trabajo: buscó a un comprador para esa vivienda y nos puso en contacto, pero cuando yo visité la vivienda por primera vez firmé una “hoja de visita” que me comprometía a no comprar la vivienda presentada por la inmobiliaria, a pesar de que el propietario posteriormente rompiera el contrato con la inmobiliaria y la inmobiliaria no me haya prestado los servicios que yo esperaba de ella. La insinuación bajo el pretexto de “primero romperemos el contrato y luego te doy el teléfono” no era más que una artimaña para hacerme creer que podría comprar la vivienda por mi cuenta sin consecuencias para mi, pero mi compromiso sigue plenamente vigente.
La llamada de la agente inmobiliario no tenía otro fin pues, que comenzar los trámites para denunciarme y reclamarme judicialmente íntegramente a mi los honorarios que el propietario había firmado y no quiso pagar. Y para confirmar mi hipótesis, así me lo ha confirmado el mismo propietario que parece estar al tanto de esta engañifa que finalmente ha acabado confesando.
Un amigo me dijo una vez que comprar una casa era a la cultura general lo que la natación al ejercicio; que mueves todos los músculos. Para comprar una vivienda hay que saber de muchas cosas: conocer todas las zonas de tu ciudad, saber de economía, saber de arquitectura, y sobretodo leyes, leyes de todos los palos.
Hoy añado además que hay que tener muchísimo cuidado y muchísma astucia, astucia como la que ha tenido la zorra (en su 2ª acepción de la RAE) de la agente inmobiliario. Pero hoy más que nunca me reafirmo en mis principios: mejor vivir debajo de un puente que comprar una casa a través de una inmobiliaria #InmobiliariasNoGracias.