La barra libre del racismo

No está bien visto ser racista y aún menos pronunciarse como tal. Por suerte, a nadie en Europa se le escapa que el racismo y la xenofobia fueron los causantes de algunas de las mayores tragedias sufridas por nuestro continente en el pasado siglo. Tragedias de figuras antediluvianas, pero también de guerras que han sido televisadas en directo, y en color. Por suerte, esta Europa ya no es aquella que admitía el racismo, y especialmente el antisemitismo, desde cualquier estamento, e incluso podía ser - y de hecho era - un comportamiento de izquierdas.

Pero es entonces, y cuando menos lo esperábamos, que se abre la veda. Atacar al diferente deja de estar mal visto y hasta se admite ser comprensivo con estas actitudes por entenderse como una expresión de rabia, incluso un desahogo. Y así como el diferente ha sido acusado históricamente de todos los males de la sociedad habidos y por haber, el diferente de nuevo ha de enfrentarse a nuevas acusaciones, y a la gravedad de un acto perpetrado por unos perturbados, cuya raíz está por desgracia en sucesos complejos que escapan a la comprensión de la mayoría de los que de alguna u otra forma nos hemos sentido terriblemente consternados por lo que acaba de suceder a nuestro alrededor.

De ahí que se admita culpar al diferente. A fin de cuentas es lo más sencillo. No importa que el hombre más buscado estos días y presunto autor de los hechos naciera y se criara en Europa. Es un momento adecuado para cargar con los que a diario desaparecen en el Mediterráneo, o cruzan medio continente en las condiciones más precarias a las que una persona pudiera enfrentarse, precisamente huyendo de los causantes de tragedias aún más dramáticas que la nuestra. Es un momento adecuado para cargar contra culturas, religiones y nacionalidades, que en muchos casos son las que más están sufriendo las consecuencias de esta barbarie. Y es el momento perfecto para rebelarse contra los que rehuyen de estas actitudes, o incluso para que muchos se preocupen de su agenda política, o de cualquiera que fuera el idioma que emplease un representante del pueblo. Es el momento perfecto de aquellos que no debería preocuparnos dispongan de un altavoz, sino de que hallen quien les escuche.

Y es entonces cuando peor visto está tratar de indagar en los orígenes de la terrible situación en la que nos encontramos. Como si de alguna forma alguien tratara de justificar los hechos perpetrados por aquellos que han sido los únicos responsables de una barbarie. No es tan sencillo hablar de cómo y dónde nació el germen de la ira que ahora azota nuestras calles. Genera confusión analizar las amistades de nuestros jefes de estado, a quién visitan, con quién se fotografían, o quiénes compran nuestras armas. Irrita hablar de intervenciones militares pasadas.

Porque, de nuevo, lo más sencillo es culpar al diferente. Y preferiríamos cualquier otra opción antes de buscar la raíz del problema. Aunque eso suponga renunciar a derechos y libertades que asumíamos incontestables en una sociedad moderna y avanzada, como si de ello dependiera la solución a todos nuestros males. Aunque eso suponga apuntar el cañón hacia una alejada región del mundo, porque a fin de cuentas está muy lejos, y los que sufrirían las consecuencias son, de nuevo, diferentes.

Y es que no tenemos suficiente con haber sufrido, de nuevo, un acto execrable, y una terrible tragedia. Sino que también, una vez más, la barra libre del racismo está abierta.