Muchos le miraban con misticismo al hablar, como si un santo se hubiera aparecido. Otros como extrañeza, como si fuera un perro el que hablara. Una persona culta lanzando grano que iba a parar a la cuneta, a tierras infértiles o, a veces, a tierra fértil.
Yo le vi. Aunque me parecía ridículo su apoyo a Cuba. Mire la dirección de los emigrantes a los que tanto defiende, le llegué a decir en una de sus muchas conferencias. Ellos siempre firman una flecha en los mapas de mejor a peor. Me contestó ganando claramente el favor del público, ya que usted jugaba en casa. Pero no fue altanero ni pedante. No me convenció, pero en su respuesta había una profundidad que ya me gustaría obtener en algún momento de mi vida.
Le recuerdo en los medios de derechas, donde le invitaban cuando usted decidió que la unidad de la izquierda valía menos que la corrupción del felipismo. Iglesias también empezó en intereconomia,pero usted nunca enchufó a la mujer ni se compró un chalet con piscina. Claro que nunca habría pactado con el PSOE sin un programa claro, pactado punto por punto, detallado sin generalidades vacuas.
Nunca se lo perdonaron.
Quiero recordar por último en este montón de frases inconexas el argumento que le vi dar una vez en Córdoba.
Claro que sí hacemos lo que digo habrá un periodo de sufrimiento, como una persona que tiene que operarse para cuidarse luego queda convaleciente un tiempo. Pero es necesario operar.
Me pareció mágico, un suicidio en vivo. Nadie nunca, ningún político, va a decir algo así. Para ellos todo es magia, sus ideas se cumplirán según lleguen al poder, sin traumas ni contrapartidas. Por eso le mirábamos extrañados. Porque era un político, pero no lo era.