Ya quedan pocos sitios en Malasaña, zona emblemática de Madrid para salir de copas, que pongan música y abran más allá de las 3.30. A esa hora, la Policía Municipal pasa, puerta por puerta, por todos los locales. El que no vacíe de clientes a tiempo se ganará una multa. El que no cumpla el aforo, otra. Si un cliente se está fumando un porro, la culpa es del dueño del bar. El panorama no pinta diferente en Sevilla. Allí, las salas de conciertos están acosadas por una rigidez normativa que dificulta su viabilidad.