Cada vez que en una terrible catástrofe natural se recoge una historia de alguien que frente a todo pronóstico ha sobrevivido, la gente dice ¡milagro! y da gracias al dios de turno, olvidando que esa lógica exigiría clamar contra el mismo dios que, salvando a uno, permite la desgracia de millones. En estos últimos siglos hemos aprendido a sistematizar la forma en que evitamos que Natura nos mate de cualquier forma horrorosa, sin necesidad de culpar o agradecérselo a los dioses.