Aún no había comenzado a enfriarse el cuerpo de Ángel Cristo, un perdedor de manual, y los buitres ya le picoteaban las zonas blandas. Un cuerpo deteriorado que, pese a tener poco del jamesdeaniano vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver, se ha convertido de inmediato en objeto de deseo televisivo. El circo mediático es, evidentemente, mucho más despiadado que el de los tigres y los elefantes.