El odio se ha convertido en la principal y casi exclusiva característica de la política española actual. Los partidos políticos reducen y supeditan su actividad no a debatir civilizadamente ni a despreciarse y vituperarse, sino a odiarse, así como sus militantes y simpatizantes, y a explicitar quién odia más a quién. No hay nada que no esté sujeto a ello. El odio es el único instrumento empleado, naturalmente adobado con la mentira y el resentimiento.