Un deterioro acelerado que se deriva de una visión, tan mezquina como limitada, de los medios públicos como herramientas al servicio del poder que manda sobre ellos. Un deterioro cuyo único consuelo es que, al menos, no se pueden permitir combinarlo con el aumento descontrolado del gasto, por razones obvias. Pero que puede desembocar en la privatización de la televisión pública, con el pretexto de quitarse el muerto de encima, y con el argumento añadido, este sí totalmente perverso, de que "total, con lo mala que es… ¡si no la ve nadie…!".