La figura del desertor se hizo atractiva cuando la emoción heroica cambió de bando. Afectó a todos, a tirios y troyanos, a los del ardor patriótico de las naciones y a los de la guerra de clases, conforme se desarrollaba una sociedad de mentalidad postheroica, en la que convergían resistentes al militarismo y escapistas de cualquier compromiso personal con la defensa militar.
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