Gail era un gran aficionado a la fotografía, y siempre llevaba una cámara de cine consigo. Una mañana, llegando a Berlín, anunció a su tripulación que, mientras descargaban el avión, iba a hacer unas fotos por los alrededores del aeropuerto. Sólo tardó unos minutos en llegar a la valla metálica que marcaba el perímetro. Ahí, tras la reja, había un grupo de niños alemanes. A Gail se le ocurrió una idea, y dijo a los niños: mañana por la tarde, cuando vuelva con mi carga, soltaré unos dulces desde mi avión. Esperadme aquí.
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