Mi madre jamás se ha interesado por el fútbol (ni por el deporte en general), pero le gustaba Ronaldinho. Le gustaba porque se reía. Era obvio que se reía. Era evidente que se llevaba la vida sonriendo y que tenía además una boca donde era imposible disimularlo. Por eso Ronaldinho llamaba la atención de mi madre. Ella era, inesperadamente, franco reflejo de lo que el jugador provocaba en la gente. El agua que mueve el molino y luego el fútbol y todo lo demás.
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