Juan del Águila era un marino incombustible. Sus hombres le adoraban. Y era intensamente venerado por la tropa, marinería y tercios. Era un producto de la vieja Castilla y un intramuros de la bellísima Ávila donde el frío invernal es como una cuchilla siberiana. Para él no existía la bandera blanca y tenía muy claro que los estirados insulares eran unos elementos de cuidado y había que darles sin parar y a ser posible, hasta dejarlos exhaustos. Y así fue. Dicho y hecho. Convirtió el arte de sacudir a los ingleses en el “leitmotiv“ de su vida...
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