Un hombre llevaba mucho tiempo en busca de la verdad. Había recorrido selvas, desiertos, ciudades… hasta que un sabio le confió el lugar donde encontraría lo que buscaba.
Tras varias jornadas de camino, por fin llegó a un inmenso templo excavado en la roca, se acercó a la entrada y, al ver que no había nadie, accedió a su interior.
Se sorprendió al descubrir una enorme estancia de varios pisos totalmente repleta de velas de aceite.
Al poco tiempo observó a un anciano que iba de vela en vela cuidando de ellas.
—Sí, aquí es, ve todas esas velas…
—Sí, ¿para qué son?
—Verá, cada una representa la vida de una persona, a medida que se consume el aceite significa que le va quedando menos tiempo.
—Vaya —contestó el viajero sorprendido—, ¿y podría indicarme usted cuál es la mía?
—¿Seguro que desea saberlo? ¿Seguro que desea saber la verdad?
—Sí, claro, a eso he venido, por eso llevo caminando tanto tiempo, me gustaría conocer la verdad.
—En ese caso, sígame y la buscaremos.
Comenzaron a subir varias escaleras y, después de atravesar más de diez habitaciones, por fin llegaron a una pequeña sala.
—Esa de allí, la cuarta empezando por la derecha, es la suya.
El viajero se acercó lentamente a su vela y cuando ya la tenía enfrente, se dio cuenta de que la llama estaba flaqueando, casi a punto de extinguirse. Por eso cogió la vela de al lado con la intención de verter algo de aceite en la suya.
Cuando el aceite ya estaba a punto de pasar de una vela a la otra, el anciano le detuvo la mano.
—Pensé que buscaba la verdad.
Eloy Moreno, adaptación cuento sufí.