Durante el último cuarto del pasado siglo, en 1978, la NASA lanzó al espacio el satélite NIMBUS-7 equipado con instrumentos que permitían medir la cantidad de ozono existente en la estratosfera, ese gas que, afortunadamente para nosotros, contribuye a filtrar las radiaciones ultravioleta provenientes del Sol. Las primeras observaciones después de su puesta en órbita, permitieron detectar sobre el Polo Sur algo que no era conocido hasta ese momento: un fenómeno que fue inmediatamente bautizado como el agujero de ozono.