La fiebre canadiense por los pequeños reactores nucleares ha conducido a verdaderas profesiones de fe en la clase política, dispuesta a calificar como éxitos a proyectos que solo existen sobre el papel. A sus tremendos inconvenientes, que incluyen costes y riesgos, se añade la propia experiencia del país con los pequeños reactores nucleares, un fracaso sin paliativos.
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