La batalla empieza al abrigo de la noche. Sobre las nueve se oyen silbidos y petardeos, como si los grupos estuvieran calentando. Luego, cuando dan las once o las doce, sacan la artillería pesada. Los centelleos van seguidos de fuertes explosiones, las ventanas vibran, las mascotas corren debajo de la cama y los bebés se despiertan aterrorizados. El uso callejero e ilegal de fuegos artificiales, normalmente reservado para la noche del 4 de julio, se ha convertido en el ritual diario de la ciudad. Un misterio que tiene a los habitantes en vilo.
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