José lleva más de un año de baja por depresión, tras ataques de ansiedad. Pasaba días delante de pantallas de ordenador en negro porque no le daban claves para entrar. Se hablaba despectivamente de él como si no estuviera presente. Se le ocultaba información crucial para desempeñar tareas y así poder recriminarle hacerlas mal. En ocasiones, se le asignaban tareas que también mandaban sin su conocimiento a otro compañero. José había cometido un pecado gravísimo: ser representante sindical e intentar defender los derechos laborales en la empresa.
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