En 1977, mientras se reformaban las instituciones políticas para ajustarlas al sistema democrático occidental, unos combates intelectuales durísimos surgieron entre los españoles. Los más avezados en la vida política advirtieron pronto todo lo que había que hacer para cancelar el régimen anterior y para orientar a toda una generación, que al cabo era la mía, en la necesidad de valorar la educación, el arte, la literatura y el pensamiento, mientras que los más pusilánimes mostraban un gesto de estudiado escepticismo hacia esos deseos.