Déjà vu: ¿nunca has tenido esa sensación?

¿Nunca has tenido esa sensación?

A mediados del siglo XX, con el descubrimiento de la armas nucleares, la capacidad de destrucción del ser humano parecía haber tocado techo. Hasta el punto de devolver a la especie a estadios similares al paleolítico, si no erradicarla por completo. Sin embargo, no fue nada comparado con la posibilidad de usar el clima como arma.

No por la cantidad de energía que los seres humanos puedan dirigir y ejercer si no por el orden de magnitud de los factores implicados. Es bien sabido que el clima es un sistema físico de los denominados caóticos, en los que pequeñas diferencias en un punto de partida pueden arrojar enormes diferencias en su desarrollo. Hasta el punto de contar con UNA ejemplificación bien conocida: el aleteo de una mariposa en un extremo del mundo puede terminar creando un huracán en el extremo opuesto, el efecto mariposa. La intervención humana fue el aleteo de esa mariposa. Y la atmósfera el huracán desencadenado.

No es algo especialmente sorprendente. De no ser así la vida en el cosmos sería un fenómeno mucho más abundante, pero lo cierto es que las civilizaciones golpean una vez y otra como una mosca contra el cristal, que en este caso es el diseño de su propia arquitectura, su biología. O la relación de ésta con el insondable cosmos. La idea de un “gran filtro”, como respuesta a la paradoja que planteó Fermi (mirando a las estrellas, ¿dónde están todos?) está también establecida.

Fue rápido, sin términos medios, y mediante multitud de factores encadenados. Y se llevaron a muchas otras especies en su caída que tal vez hubieran tenido mejores posibilidades. Las razas del mono son por lo general belicosas. Las temperaturas, el equilibrio entre oxígeno y dióxido de carbono hizo que los pobres pulmones y el diafragma que los ha de impulsar terminaran colapsando, comprometidos hasta el punto de no poder seguir aportando el oxígeno necesario al sistema circulatorio.

Pero los caminos de la vida son inescrutables, el fracaso respecto a un cambio súbito en las condiciones del medio que los mecanismos biológicos no son son capaces de encajar en una especie son a la postre una oportunidad para otra. Ésa es una de las causas de la importancia de la biodiversidad. Y aún con todo, en muchos mundos, el programa genético que es el ADN, fracasa.

No fue el caso de la tierra, otras especies pudieron ocupar el vacío dejado, aunque cuando fueron halladas aún se encontraban en estados previos a la civilización. Fue el mejor sueño de la astroarqueología cumplido. A pesar del paso de los milenios, los vestigios de la actividad humana eran muy numerosos.

Toda la maquinaria de la sociedad se volcó con el descubrimiento. Tal vez de haber llegado un poco antes el desenlace pudiera haber sido distinto. Existe cierta fase crítica en la construcción social, sin fe los colectivos se ven abocados a lo que en la teoría de juegos se conoce como equilibrio de Nash.

Según la relación entre lo inflamable del ecosistema, de la resiliencia de su equilibrio, y de las aptitudes de la especies, ese escalón puede ser superado o no.

Los cambios de medio siempre resultan puntos críticos: del mar a la tierra, de la tierra al cielo, del cielo al cosmos, pero en definitiva siempre es así. Y los retrocesos pueden ser tan sorpresivos como sus desencadenantes. Todos vivimos bajo la influencia de fuerzas cuyo orden de magnitud supera incluso las capacidades de nuestra imaginación. La dinámica de los cuerpos en el espacio gobierna el destino de los más, también en las diversas galaxias del universo, la geografía es el destino.

Lo que se halló sobre la faz de la tierra, más precisamente y en mayor parte en su subsuelo, constituía el mejor ejemplo de una civilización aislada en su planeta hallado hasta la fecha.

A medida que las investigaciones y trabajos en diversos ámbitos avanzaban y se reconstruía el modelo de relaciones, más claro aparecía lo cerca que estaron de superar el evento que desencadenó su extinción.

No se trataba de una sociedad de pastores sorprendidos por un meteorito, presentaban grados razonables de desarrollo en la esfera del conocimiento. De hecho aportaron puntos de vista sobre diversos asuntos que se percibían como ingeniosos, visto desde otra manera de hacer las cosas y buscar soluciones a los problemas que se presentan. En otras áreas se observaban déficits evidentes.

La avaricia, como los otros pecados capitales, es un mal difícil de erradicar. Hunde sus raíces en el instinto de conservación, que es el pilar básico de cualquier forma de vida y es un circuito orgánico complicado, delicado de balancear.

No es un defecto en absoluto exclusivo del mono, ni insuperable, en función del contexto que se presente. En función de lo que el padre cosmos tenga a bien conceder. El tiempo siempre es un factor. Aunque en este caso, no el determinante. En el siglo XXI la sociedad humana seguía sumida en lo que a la postre eran conflictos tribales, no muy diferentes de las peleas entre grupos de chimpancés. Pero con una tecnología que inadvertidamente influyó de forma decisiva en el colapso de la atmósfera.

Son equilibrios complejos, con una menor concentración de oxígeno la madera no arde del mismo modo y salir del paleolítico es más difícil sin fuego. La cantidad de trabajo, la energía, presentan relaciones que hacen posible o no el desarrollo.

La ausencia de un sentido de cometido colectivo es una causa relevante en muchos conflictos. Y en la tierra volvió a reinar el viento.

Pero un mal amo podría ser un buen siervo. Eso es lo que se pensó en su momento. Y la causa del proyecto que resucitó al ser humano de su extinción. En la Grecia clásica, cabe recordar que los derechos iban asociados a la calidad de ciudadano.

El hecho de contar con una máquina orgánica de servicio es más próximo a la noción de ganadería que a la de esclavitud. Yo prefiero el ejemplo de la apicultura. Las abejas viven en sus colmenas y fabrican miel, generan un excedente que es aprovechado. Se les priva de su capacidad de invertirlo en su propio desarrollo por lo que se induce a la especie sometida a tales prácticas a un congelamiento en el tiempo, en ese estadio, pero es una práctica éticamente bastante razonable.

La frontera entre las relaciones simbióticas y parasitarias es más difusa de lo que en un principio podría parecer. Existe una especie de pez abisal cuya enorme hembra termina incorporando tras la fecundación a los pequeños machos en su propio cuerpo, que quedan amarrados como pequeñas rémoras. Como decía, los caminos del cosmos son inescrutables, muchos más amplios que las limitadas capacidades de la imaginación.

Se decidió por lo tanto hacer un ensayo inicial que reproducía el contexto de la especie humana en forma de simulación. Existe una paradoja, a la que se llega siguiendo las tesis de Hume. Y es que el método científico sólo puede predecir el pasado. La única garantía de que el experimento volverá a arrojar de nuevo el mismo resultado al final es la fe.

La fe de que uno no se halla en una simulación que pueda ser alterada de cualquier modo y en cualquier momento, de forma totalmente arbitraria y en cualquier aspecto, sin que exista un modo de comprobarlo.

La paradoja es que ni siquiera aquellos que están creando una simulación de ese tipo pueden tener la certeza de que ellos mismos no existen en la simulación de un tercero. Y esa fue la matriz artificial en la que el embrión del ser humano regresó del olvido.

Los resultados fueron satisfactorios aún sin eximir de ciertos riesgos. Pero alguna picadura ocasional es un precio muy bajo a cambio del suministro de miel. Sucede que las simulaciones no generan trabajo, en realidad lo consumen. Lo que generan es información. Para poder obtener las mieles del trabajo y la energía, hay que llevarlo a la realidad. Con la mayor cautela, sin duda. La inversión para restaurar la región del experimento, esa primera prueba piloto, fue más que notable. Y aún así sólo parte de un programa mucho mayor. El proyecto era volver a poner la maquinaria del planeta y la civilización humana en marcha de nuevo.

Tan sólo la fase de recuperación de la atmósfera supuso un esfuerzo sin precedentes. En el momento que los parámetros se estabilizaron dentro de lo requerido se iniciaron los ensayos reales, cuya primera fase era la restauración de las regiones que albergarían el experimento.

Se escogieron localizaciones sin afectación directa de la última guerra, en un ámbito mucho más acotado de lo que los sujetos del experimento pudieron imaginar. Australia se dejó para el final, no existía en realidad más que como un enorme páramo. Pero más arduo si cabe fue el desarrollo de fundas para científicos, observadores y trabajadores de lo que a la postre sería un enorme laboratorio.

Y como las cosas suelen empezar por el principio, en ese entorno artificial creció el número uno. Obviamente la sociedad que se recreó, aunque sin duda tenía mucho de humano, contenía ajustes clave orientados a los fines del experimento. El objetivo era cosechar la miel de la colmena humana, y los ingentes trabajos debían rendir un retorno adecuado.

La idea es que la experiencia fuera completamente transparente para los individuos a lo largo de toda su vida. Que nacieran, crecieran, se reprodujeran y murieran de forma completamente autónoma y generando trabajos de interés como la obtención de valiosas materias primas por el camino. No quiero tener el cinismo de catalogarlo de simbiosis pero no era peor destino que el olvido que ellos mismos se procuraron, aunque seguro que en eso hay diversos puntos de vista.

En cualquier caso así es como fue, y algunos sostienen que las cosas son sólo como deben ser. Y no sólo eso: así es como deben ser una y otra vez. Es una noción que no hay que confundir con la del fatalismo, aunque alberga cierta idea de destino. Nietzsche lo llevó más allá con el “eterno retorno”. No es sólo que las cosas sean de la única manera que pueden ser como el resultado de los procesos superdeterministas de sus elementos constituyentes, es que en el gran esquema tal dinámica estaría abocada a repetirse una y otra vez exactamente del mismo modo. Y quién sabe cuántas veces antes habría escrito ya estas palabras. No hay manera de comprobarlo. Sin embargo, como Gödel demostró, hay afirmaciones lógicas que pueden ser verdaderas e indemostrables. Otra vez la fe.

Algunos creen que la secuencia de acontecimientos, de la nada al todo, está abocada a repetirse una y otra vez, exactamente igual. Que el final es el principio. El alfa y la omega, el uroboro, esa serpiente que se muerde la cola, cerrando el círculo. Y esa sería la naturaleza del cosmos.

Otros plantean cierto agnosticismo, puesto que si no hay comprobación posible, como se piensa, el asunto carece de relevancia y zanjan la cuestión con un bostezo.

Es un fenómeno curioso, el bostezo. Sorprende por lo transversal, uno puede ver a un animal de una especie muy diferente bostezando y sabe exactamente lo que está experimentando. Hay muchos otros sobre los que tal vez no nos interrogamos. Seguro que sueñan. ¿Experimentan otras especies lo que conocemos como déjà vu?

Se piensa que la causa está en la mente del sujeto. En realidad forma parte de esos fenómenos a los que, como en un principio parecen de escasa trascendencia, no se dedica la atención debida. Nuestros sentidos nos revelan una pequeña parte de la naturaleza del mundo.

Volviendo al experimento, superó todas la expectativas. Los análisis a partir de la reconstrucción del modelo social se demostraron tremendamente limitados. La experiencia vital del número uno, monitorizada bajo la enorme lupa del laboratorio, resultó funcional a los intereses perseguidos, pero hay ciertas clases de afinidad que no pueden ser reproducidas en un entorno de laboratorio.

Existen efectos emergentes difíciles de prever, pero ciertamente en muchos casos su conjugación resulta en más que la suma de las partes.

La realidad es que las competencias humanas rivalizaban en muchos aspectos con las de los propios experimentadores, hasta el punto de llegar a preguntarse éstos quién estaba experimentando con quién, a pesar de la desproporción del número y de posición.

Los efectos citados no fueron observados hasta que el número de sujetos era ya muy elevado y ya provistos con cierto grado de tecnología. Observaciones que en los individuos de prueba no se habían producido hasta la mediana edad o después empezaban a aparecer en etapas tan tempranas como la adolescencia, cuestionando severamente el sistema diseñado, con base en la organización humana original, o lo que se pudo deducir de ella, pero con diferencias clave destinadas a la maximización de obtención de recursos.

Los prometedores ensayos pronto se vieron cuestionados en la implantación real, lo individuos crearon una cultura con complicidades y niveles de comunicación que escapaban al radar, produciendo movimientos que eludían el control político y obligaban a improvisar sobre la marcha y maniobrar para responder ante las emergencias.

El experimento, como muchos, terminó por escapar del control de los experimentadores. Pretendieron hacer un siervo del que podría haber sido su amo, en otras circunstancias. En realidad no hay ni siervo ni amo, hay sólo unas circunstancias y una solución óptima para un problema determinado. Y un destino, en cierto modo, escrito en la cosmografía de las estrellas.

A pesar de todas las limitaciones, el mono, no sólo tomó conciencia de su situación de modo inexplicable, sin poder saber en ningún modo cómo había atado cabos para llegar a tales conclusiones. Terminó por realizar avances en diversos ámbitos que dejaron honda huella en la sociedad que pretendía ponerles a su servicio.

De modo similar a los humanos utilizando el clima como arma, no sabían realmente lo que tenían entre manos, a pesar de la profunda investigación previa, hasta el punto de dividir una sociedad que hacía miles de años que no experimentaba ese tipo de cismas.

Se descubrió que hay otra forma de ver el fenómeno común del déjà vu, más allá de las tesis endógenas. Ése regresar al futuro.

A veces la intuición nos muestra las cosas justamente como son y es el razonamiento el que las enmascara. Si Nietzsche estaba en lo cierto, todos estamos encerrados en un bucle temporal. No es sólo que nuestras acciones se hallen predeterminadas, es que estamos condenados a repetirlas una y otra vez hasta el fin de la eternidad.

Sin embargo, en algún nivel, en un medio subyacente desconocido, aún más sutil que el espacio, en la propia nada, se diría, parece que el repetido devenir de los ciclos dejara alguna clase de huella, un surco que la conciencia, mediante un sentido cuyo mecanismo se ignora, fuera capaz de sentir en algunos momentos. Como el desgaste que los pasos de los siglos vierten sobre la piedra de los escalones.

Todo se repite igual, a cierto nivel. Pero la paradoja es la misma que la del déjà vu: no se puede tener memoria de lo que no se ha vivido. El gran ciclo al repetirse incrementa la presencia del fenómeno. Se deduce por lo tanto que, si hubo una primera vez, el fenómeno no existía, nadie lo pudo experimentar y que no habría un ciclo anterior que pudiera haber dejado su impronta en el éter del vacío.

Luego, existen diferencias entre la repetición de ciclos. Y los sistemas caóticos son francamente delicados. Un pequeño cambio en las condiciones de partida puede cambiar por completo el desenlace. Hay una salida del bucle. Lo que nadie sabe es hacia donde. Pero lo que es seguro es que la acumulación puede producir efectos emergentes inesperados. Pareciera que ése y no otro es el ejercicio de tomar conciencia. Parece sólo una cuestión de tiempo saber qué nos aguarda más allá del infinito bucle. De ese ciclo de nacer y morir. De elevarnos para contemplar el rostro del padre y continuar el camino que ha sido trazado por y para nosotros en el vacío. Quién sabe, quizás incluso ya lo hayamos caminado infinitas veces.

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