Premiada en el featival de Cannes de 1961 constituye el movimiento central y el más complejo de la gran sinfonía de Val del Omar: místico o, como él se autocalificaba, mecamístico gracias a la tecnología, transciende los ritmos flamencos de la percusión de Vicente Escudero en las maderas del Museo de Valladolid, las anima y hace danzar y las prende fuego ante los espectadores alucinados.