En la Edad Media, blasfemar era un pecado mortal, y la plebe jamás se arriesgaba a caer en esa costumbre proscrita por la Iglesia. Los señores feudales, en concreto los nobles franceses, por el contrario, acostumbraban blasfemar sin el menor escrúpulo ni temor hasta que cierto día, un jesuita muy cercano al soberano galo, les prohibió mentar el nombre de Dios en sus blasfemias predilectas. Para ello, y para afrontar ese contratiempo, señores y damas acabaron por sustituir "Dios" por la palabra "Azul"...