Estos antivacunas despiertan también un cierto rencor, natural, en el sí vacunado, y la propaganda les responsabiliza en parte de lo que sucede. Son chivo expiatorio, válvula de escape, por supuesto. Pero hay más. Producen una irritación indisimulada porque escapan de las recomendaciones. Desobedecen, dirán. Pero ni siquiera desobedecen porque no hay un mandato, solo se muestran insumisos, indóciles, con un criterio distinto. El no vacunado se convierte, en tanto oveja fuera del redil, en ciudadano díscolo, en algo estatalmente irritante.