Y no dimitirá, por supuesto. Al menos por propia voluntad. Porque las tiranías se derrocan o se perpetúan. Nuestro ilegítimo presidente ha dado innumerables pruebas de su resistencia a abandonar la poltrona, así como de su repugnancia a contar a los españoles la verdad. Por eso, aunque mentir es siempre un vicio horrible, y más aún en persona gobernante, es decir, con alta responsabilidad y obligación, sin embargo, él y los suyos no pararán de desorientar ni de engañar; se victimizarán y mentirán, inagotables, como si se lo fuesen a prohibir.