Aquella mañana fría de febrero, en el Madrid de Isabel II, allá por el siglo XIX, nadie podía haber adivinado las intenciones que tenía el señor Martín Merino, más conocido como el Cura Merino , para hacer que esa fecha no fuera la de un día cualquiera. El cura, como cada día, había ido a su misa matutina, pero esta iba a ser la única rutina de aquel día, que era especial. Merino ansiaba estrenar un estilete que había comprado años atrás en el Rastro; sí, de segunda mano, parece ser que aunque le hubiera tocado la lotería .