Cuando los europeos avistaron por primera vez, a finales del siglo XVIII, a un ornitorrinco en la lejana Australia quedaron estupefactos. Era un animal que ponía huevos, con pico de pato, cola de castor, patas palmeadas, garras, venenoso y a pesar de ser ovíparo amamantaba a sus crías. Tal fue la incredulidad, que cuando el primer ejemplar fue enviado al Viejo Continente, los científicos no daban crédito a lo que veían y realizaron numerosos cortes e incisiones en el animal para verificar que no se trataba de un engaño. “En un país lleno de ani