De un manotazo disfrazado de caricia nos han magreado el culo, las tetas y las piernas. Con una lengua acostumbrada a la verborrea, a habitar el mundo con la comodidad y ligereza con la que muchos se espatarran en el metro, nos han chupado la cara y el culo aunque nosotras no quisiéramos. Y después, con el olor de nuestros coños en el aliento, la boca que se pegaba a nuestro cuello y susurraba palabras que no queríamos escuchar (¡Oh, sí, cariño, sí!) ha gritado mierdas mayores. Podrían haberlas disfrazado con argumentos de autoridad...