Cuando se acercaba la fecha fatídica, el día en el que Franco y su gobierno podían dar el “enterado”, y con él, el inmediato fusilamiento de Grimau, la ciudadanía de París hervía de rabia e indignación(..)Ángela Grimau, la compañera del dirigente comunista, “había telefoneado a Fraga, el aperturista ministro de Información, pidiendo clemencia”. El ministro franquista, sin ningún asomo de duda, le contestó “que le iban a ejecutar”.