Ser enterrador no es divertido, quizá por eso ellos se ríen bastante. Miguel explica que van siempre con la «coraza», pero que «la coraza no siempre funciona». Como cuando a una mujer le dio un infarto durante un sepelio y Ramón la cogió y «señora, no se preocupe por favor, verá que no es nada», pero murió en sus brazos, y a Ramón, que ha enterrado a unas diez personas diarias durante más de 20 años, se le hundió el mundo. No había quien lo moviera de allí.