Hace ya seis años construí una valla en la ladera de una montaña y empecé a escribir en ella mensajes que leerían los 50.000 conductores que pasan por allí diariamente. Desde entonces he subido a esa ladera más de 300 veces a cambiarlo, siempre de noche, sin que nadie me viera. Me interesa el hecho anónimo porque creo que, si no hay una firma detrás, el mensaje puede ser de cualquiera y eso contribuye a que cada persona, al interiorizarlo, pueda sentirlo como un pensamiento propio e interpretarlo según sea su vida.