No es ningún secreto que los antiguos romanos disfrutaban de sus banquetes. Es fácil imaginárselos voluptuosamente recostados en divanes, vestidos con sencillas pero elegantes togas, en lujosos salones o jardines, mientras les sirven toda clase de delicias. Manjares extravagantes como loros, pavos reales, avestruces o flamencos, así como faisán, mariscos, venado o jabalí, y los eternos favoritos: higos carnosos. Con un imperio que llegó a extenderse desde Gran Bretaña hasta Bagdad, y un fino sentido del placer, las exquisiteces venían de todas