Los jugadores han ido cediendo poco a poco su autoridad y su poder a presidentes, representantes, entrenadores y burócratas que se encargan de todo. A cambio, el futbolista piensa poco, vive en una jaula de oro, se peina, se hace tatuajes, acepta ser llevado de aquí para allá como ganado ovino, cumple y cobra. La responsabilidad social del futbolista hace tiempo que se ha diluido de un modo muy triste detrás de la gestión de jefes de prensa que hacen una labor de escoltas de la limitación intelectual.