Bucear por nuestro genoma es algo más que estimar las probabilidades de padecer una enfermedad, buscar parientes o saber si nuestra orina tendrá un olor especial tras comer espárragos, posibilidades que ya nos ofrecen los test genéticos directos al consumidor; también es una ventana a nuestro pasado, a nuestra historia evolutiva. Analizar la secuencia de nucleótidos de nuestro propio ADN (las ya conocidas letras A, T, C y G) supone un trabajo similar al del arqueólogo.