Tres años y medio de depresión, un intento de suicidio y un largo deambular por psicólogos, psiquiatras, hospitales y toda clase de psicofármacos. Es el resumen -inevitablemente incompleto- del largo y doloroso proceso de Mireia, una mujer de 47 años, hasta llegar al tratamiento con ketamina que, por fin, «le ha permitido ver la luz al final del túnel».