Corría el año 1975, en plena crisis del petróleo, cuando un grupo de profesores de las escuelas de Tvind, en Dinamarca, comenzó a rondar la idea de construir un aerogenerador. Y no un aerogenerador cualquiera, sino uno que se convertiría en el más potente del mundo en aquel momento y que anticipó muchas de las tecnologías que se utilizan hoy en la industria. Era una época con un importante movimiento antinuclear y este grupo de voluntarios querían utilizar el aerogenerador como un argumento en el debate energético.