Varios factores contribuyen a este fenómeno y la luz juega un papel central. El aspecto azulado de montañas lejanas se atribuye principalmente a la dispersión de la luz, descubierta por el físico Rayleigh en el siglo XIX, al interactuar la luz solar con elementos atmosféricos como partículas de polvo, humedad y gases. Además, rocas y vegetación absorben longitudes de onda específicas, reflejando otras que pueden interactuar con la dispersada en la atmósfera, realzando más el tono azulado. El ángulo desde el que se observan también contribuye.