Después de cuatro décadas de patear escenarios, Bertín Osborne alcanzó la cúspide de su carrera musical en San Agustín del Guadalix esta semana, en un concierto que duró apenas quince minutos. Incapaz de calibrar el acontecimiento histórico que estaban presenciando, el escaso público asistente -cuatro vecinos del pueblo, una señora sorda, un representante de sonotone y un vendedor de almohadas- pidió la devolución del dinero de las entradas, sin comprender la suerte que habían tenido de que la tabarra no se alargase hora y media.