Ya no gobierna, ni ejerce ese poder que le atribuyó la leyenda, pero sigue concitando un nivel de fuego sorprendente para un dirigente de la oposición. El ataque es a veces directo y grosero, en ocasiones más sutil y sibilino, pero siempre profuso y constante. Desde la derecha permanentemente, claro, pero también desde ciertas izquierdas, las orgánicas que simulan no serlo, las mediáticas que militan sin carnet, y en especial las que gustan de jugar al 15-M desde sus tabletas de última generación y sus sueldos de seis cifras.