Para muchos su nombre no significa nada. Se llamaba Julián Sánchez García, de 38 años. Era el bombero número 148 que llegó desde Madrid hasta Cantabria para enfrentrarse al peor infierno. Se escribía así, con tinta de sangre, el dramático final de un hombre de 38 años, casado con Gregoria Escribano Plaza y padre de dos hijos, Julián y Gregoria. Otro futuro destrozado. Una infinita pena se apoderó del pueblo santanderino. El cadáver de Julián fue despedido con grandes muestras de duelo. 70 años después no hay ni una placa que lo recuerde.