A los ocho años sus padres le regalaron su primer microscopio, a través del cual descubrió su pequeño universo personal, completamente salvaje, sin límites, sin guías y sin nada previsible. De esta forma, Edward O. Wilson se dedicó a escudriñar gotas de agua, mariposas y todo lo que pudo. No lo sabía aún, pero aquello era ciencia pura. Y aquel universo minúsculo se hizo enorme. Con los años llegaron un montón de premios y distinciones, entre ellos dos premios Pulitzer o el premio Crafoord de la Real Academia Sueca y el reconocimiento unánime