Dicen que la cara es el espejo del alma. A veces sí y a veces no. Las casas, en cambio, casi nunca fallan. Y la de Kiko Matamoros (Madrid, 1956) es grande, muy grande, apabullante. Todo un despliegue que presume de haber decorado él mismo. «Mira —te explica—, estos armarios los he diseñado yo». Y lo que ves son dos moles de formas irregulares y un color muy vistoso, entre el azul y el morado. La entrevista transcurre en el salón, con varios balcones a la calle, un piano de cola, antigüedades, diversas obras de arte y un único libro.