A Iker Jiménez se le están poniendo los dientes largos. Concretamente los colmillos. No porque se solidarice con el protagonista del primer programa de su nueva temporada, el mismísimo conde Drácula, sino porque si España continúa por este camino puede llegar a ser ministro o incluso presidente del Gobierno. Un país como el nuestro, que desprecia la educación, la ciencia y la investigación, tiene todas las papeletas para convertirse en el paraíso de la superstición, el ocultismo, el espiritismo, la brujería, la nigromancia y el ilusionismo.