El químico Jim Schlatter llevaba muchas horas trabajando en el laboratorio. Era 1965 y el joven científico intentaba sintetizar un fármaco para tratar las úlceras. Había estado aislando varios compuestos por el camino, y uno de ellos se había acumulado en el borde de un matraz, manchándole las yemas de los dedos mientras trabajaba.
En algún momento de su trabajo, en contra de las normas del laboratorio y del sentido común, Schlatter se lamió distraídamente un dedo para coger un trozo de papel con más facilidad. Sabía dulce
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