Cuando los camarones miren el cielo

Cualquiera que se haya interesado un poco sobre la cosmología moderna habrá escuchado en algún momento la expresión “fondo cósmico de microondas”, CMB por sus siglas en inglés. Pequeñas diferencias de “temperatura” de una parte entre cien mil. La huella del Big Bang, suelen decir.

Si uno indaga algo más se entera de que no sólo hay ese fondo de microondas, si no que hay otro fondo de infrarrojos (CIB) y otro fondo óptico (COB). Bien, partamos de ahí.

Cuando se habla de fondo se entiende que es “a la mayor distancia”. Antes de ese fondo ubicamos por lo tanto cuerpos con el mayor corrimiento al rojo medido. Si hay una parte óptica en ese fondo es que por tenue que sea algo de luz llega en la parte visible del espectro, pero es que si desde ahí pensamos un corrimiento al rojo aún mayor… nos salimos del espectro de la luz visible y nos metemos en los infrarrojos que no vemos. Los que utiliza el mando para encender la tele, sí, ese tipo de luz invisible para nosotros. Pero “luz” al fin y al cabo, o con más propiedad radiación electromagnética. Luz fósil si se me permite la licencia en este contexto.

Pero ¿que sucede si pensamos en cuerpos todavía con más corrimiento al rojo desde el ya infrarrojo? Pues bien, nos metemos ya en las microondas. Las que nos calientan el café, sí.

Ese orden de magnitud, esas longitudes de onda. Pareciera entonces que ese “fondo” no es fondo en realidad si no luz tan corrida al rojo que ni siquiera percibimos como luz. Si no es oro todo lo que reluce, tal vez tampoco sea oscuridad todo lo que no brilla.

Pero ojo, no confundamos las microondas con temperatura, nos calientan el café porque por su frecuencia excita las moléculas de agua y es esa excitación la que percibimos como temperatura, que es muy distinto. Luego, al tamaño del universo observable de 46.000 millones de años cabría añadirle el extra de esa luz desvirtuada que nos llega, dejando al margen las posibles dinámicas del espacio y asumiendo la constancia de la velocidad de la luz.

Aparentemente, al mirar el cielo, lo vemos más o menos salpicado de estrellas y con grandes vacíos, y sabemos que si en esos “vacíos” enfocamos con un telescopio veremos objetos que al ojo desnudo le pasan desapercibidos. De igual modo los telescopios trabajan en distintas secciones del espectro electromagnético, también más allá de la luz visible. Al final tampoco sorprende tanto que la luz vieja no brille, siempre a tenor de su corrimiento al rojo que venimos interpretando como alejamiento, por lo menos en el momento que esa luz fue emitida.

Pero “luz” o no “luz” al final es un cuestión de percepción, lo empírico es la radiación electromagnética con determinada frecuencia. Hay una especie de camarón muy colorido en los arrecifes de coral de Australia, que además de ser famosa por su pegada (tiene un resorte que utiliza para abrir moluscos que puede crear incluso cavitación) hace gala de una visión poco común.

Al parecer es cuestión de fotorreceptores, además mueven los ojos de forma independiente. La mayoría de animales tienen dos o cuatro. Nosotros si no me equivoco tenemos tres, en una discreta media. Estos bichos tienen 12 y por lo que he podido leer su rango de visión se amplia tanto por el extremo infrarrojo como por el ultravioleta. Ven el haz de luz cuando cambias de canal la tele, quién sabe en qué color, pero si quieres tener alguno en un acuario mejor que sea de cristales gruesos, al parecer tienen bastante mal café, que no sea por ver mejor que el resto.

Lo menciono aquí porque si uno de esos camarones viera el fondo cósmico vería una apariencia muy distinta a la que nos brinda nuestra sesgada percepción. Vería el infrarrojo como luz y galaxias allí donde nosotros sólo acertamos a interpretar oscuridad. Esperemos que para darnos cuenta de ello no haya que esperar a que los camarones miren el cielo.

He aquí al camarón mantis con su traje de folclórica por cortesía de Jenny, CC BY 2.0, via Wikimedia Commons