Cuando yo era pequeño creía que 'sésamo' era una palabra que equivalía a 'puerta'; había leído la historia de Alí Babá y los cuarenta ladrones, mucho antes de meterme con 'Las mil y una noches', y, claro, lo de 'ábrete, sésamo' y 'ciérrate, sésamo' no podía referirse más que a algo que se podía abrir y cerrar y a través de lo que se podía pasar. Una puerta, vamos.
Después, pero mucho después, me encontré panes que llevaban semillas de sésamo; supe de la existencia del aceite de sésamo, y hasta llegué a saber que había sésamo blanco y sésamo negro. Vamos, que no era una puerta, sino las semillas de una planta cultivada desde hace miles de años precisamente por su aceite.