El veterinario recibió una llamada inusual en su laboratorio: había habido un asesinato en su ciudad, Buenos Aires. Al otro lado del teléfono hablaba un miembro de la Fiscalía. El principal sospechoso del crimen había sido detenido y su zapato escondía una posible pista: una caca de perro aplastada en la suela. “Las heces que había pisado el sospechoso podían ser de la mascota del muerto”. Su equipo tomó muestras del perro del fallecido y comparó el ADN con el del excremento de la suela del presunto asesino.
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