El ruido, el puto ruido. En este país, la estridencia es tan inevitable como el aire. Te persigue, vayas donde vayas, hagas los que hagas. Motos, obras, gritos, música, móviles, campanas, petardos, ladridos, claxons, alarmas, organillos, gritos, radiales, martillos pilones, camiones de la basura, tacones, taladros, el tapicero... Vivimos aceptando que el silencio ya no es posible, nos hemos rendido, hemos aceptado con total naturalidad que no tenemos acceso a la tranquilidad.