Hoy escribo sobre un tema recurrente que ha vuelto a circular en algunos medios de comunicación y es, además, el elefante en la habitación del que todos opinan, pero pocos son los dispuestos a compartir su postura en público. Es un asunto espinoso, pues afecta a una gran parte de la población y el mero hecho de mentarlo agita los sentimientos de algunas personas, ya sea para criticarlo o bien para defenderlo. Nos referimos al sistema de pensiones.
No encontrarán en este espacio una explicación sobre sus orígenes o sobre su importancia para la tercera edad. Al contrario, hablaremos sobre los efectos actuales de este modelo en los jóvenes y las posibles consecuencias para el futuro del país.
Algunos aspectos son ya bien conocidos; sabemos que buena parte de la economía española se orienta hacia el colectivo de pensionistas, pues constituyen estos una buena parte de la población española: 9 000.000 de personas. Los Presupuestos Generales del Estado de 2022 han comprometido 149 996 millones para pensiones contributivas, 2.587 millones en no contributivas y 17 911 millones para las pensiones de las clases pasivas. En total, 37, 3 de cada 100 euros serán empleados en sostener a nuestros jubilados. Sean ustedes conscientes de las cifras que estamos manejando.
El problema es que el peso de todo este gasto recae sobre una juventud con unas expectativas de lo más dramáticas. Tienen las tasas de paro más elevadas por grupos de edad, el sueldo de los menores de 30 años es 52 euros inferior al salario de hace una década y se enfrentan a precios de vivienda totalmente inalcanzables mientras andan a tientas de un proyecto vital. El matrimonio se antoja para nuestros jóvenes una quimera y la estabilidad pretendida no es más que una fantasía trasnochada que se sostiene únicamente a golpe de ansiolíticos.
Los pensionistas, al contrario, otean el horizonte mejor pertrechados; han sido el colectivo que mejor ha capeado la crisis de 2008, siendo los únicos que no han sufrido pérdida de poder adquisitivo. Actualmente, además, suponen el grupo con más capacidad de consumo. Es decir, gastan más dinero que los trabajadores en activo; una situación difícilmente sostenible tanto en el plano económico como en el moral.
Si la situación no es lo suficientemente preocupante, lo peor está todavía por llegar. En breve se jubilarán los baby boomers, la mayor cohorte poblacional de España. Estos han tenido carreras profesionales largas y bien pagadas y, por tanto, se espera que reciban prestaciones más suculentas que aquellos que les precedieron incrementando, más si cabe, el gasto público.
Este desembolso se hace a expensas de un colectivo muy reducido. Los jóvenes se encuentran en clara desventaja numérica respecto a los jubilados. La pirámide poblacional de España causa auténtico pavor, especialmente en ciertas comunidades autónomas como Asturias, Castilla y León o Galicia. No deja de ser paradójico que la causa de este desastre demográfico se deba, precisamente, a esa cohorte que hemos mencionado, pues han sido los boomers los primeros en reducir drásticamente la tasa de fertilidad por debajo de los 2,1 hijos por mujer que requiere el reemplazo generacional.
Esto último tiene sus propias consecuencias en el plano político. Los partidos hacen programas destinados al colectivo de jubilados por su gran presencia en el censo electoral y por su elevada participación, muy superior a los miembros más jóvenes. Cualquier partido español —con independencia de su ideología— sabe que perjudicar a los pensionistas hoy supondrá la debacle más absoluta en las elecciones del mañana. Los jubilados ponen y quitan gobiernos.
Las consecuencias serán graves si la política española continúa entumecida ante tamaño desafío; las decisiones no adoptadas en el presente solo podrán contribuir a daños mayúsculos en el futuro. Entre los hipotéticos efectos, voy a mencionar cinco escenarios, si bien cabe la posibilidad de que ninguno se produzca o varios confluyan a la vez.
1. Una generación perdida. Los fuertes tributos que se verán obligados a soportar convertirán a las cohortes más jóvenes en un auténtico lumpenproletariado. No podrán emanciparse ni formar familia alguna dificultando la recuperación demográfica que tanto necesita España. El perjuicio será doble: las altas tasas de paro que acusan repercutirá en la pensión futura. En otras palabras, son pobres en su juventud y lo serán también en su jubilación.
2. Ruina futura de España. El gasto desmedido en pensiones generará un lastre en la ya muy dañada productividad debido a la política impositiva extractiva necesaria para sustentar el sistema. El tejido empresarial se gangrenará y la infección resultante arruinará lo poco que queda de industria en el país. De producirse, no habrá ya solo una generación perdida, pues serán varias las que tengan que caminar por el vía crucis del pago de la deuda.
3. Guerra generacional. Los jóvenes precarizados se convertirán en un grupo caracterizado por el odio y el resentimiento. Culparán a los jubilados de sus desgracias, desencadenando un proceso que puede poner fin a la institución de la familia, unidad básica de organización social. Esto es peligroso. La familia es, pese a los continuos ataques de diversas fuerzas, una de las pocas organizaciones que todavía no ha sucumbido a los postulados de las nuevas ideologías dominantes. Esta plaza no puede ser rendida. Debemos ser prudentes en este punto, pues una crítica torpe o mal dirigida puede convertirse en el catalizador de un proceso destructivo que atente contra los intereses generales. Diversos poderes oscuros pueden acabar aprovechando el descontento mayoritario de los más jóvenes para imponer sus abyectas agendas.
4. Juventud desencantada con España. La crítica al sistema de pensiones acabará deviniendo en un juicio negativo contra la propia nación. Si el sistema no es reformado, se extenderá un sentimiento de «España no tiene remedio» que acabará ensombreciendo a un país que tanto ha dado a la historia de la humanidad. La juventud optará por no participar de sus glorias y sus deberes, quebrándose los vínculos históricos legados de unas generaciones a otras.
5. Revueltas y disturbios. En fuerte relación con la anterior, los jóvenes desfogarán sus frustraciones por medio de motines fuertemente perjudiciales. La presión que un grupo social está dispuesto a soportar es grande, mas no infinita. Lo que no se pudo expresar en las urnas debido a la marcada asimetría censal, se hará por medio de medios violentos.
Tengan lugar o no estas predicciones, lo cierto es que el futuro se revela desolador. Me invade una sensación de inquietud, pues siento que con independencia de las medidas adoptadas, todos acabaremos perdiendo. Nunca he deseado con tanto ímpetu estar profundamente equivocado.